Rogelio “Fáina” era un sujeto que vivía en el populoso barrio de Villa Urquiza. Rogelio, de apellido Fernández, había adquirido su pseudónimo por su fanatismo por la pizza, él te acompañaba a cenar sólo si ibas a una pizzería. Al igual que Robin, que acompañaba a Batman a donde quiera que éste fuera, Rogelio lo hacía con la pizza. Todos sabemos que el acompañante natural de cualquier pizza que se precie de tal es la faina, una masa hecha con harina de garbanzos y de resultado letal, ante los paladares más exquisitos.

Rogelio decía que la faina, no era Fainá sino Fáina, con acento en la primera “a”. Llegó a tener imponentes debates en relación a este tema e incluso, una invitación formal de la “Oxford University” para dar una conferencia. Su viaje quedó finalmente truncado por un problema de visado.

Es muy común escuchar en los clubes sociales del barrio, la leyenda que cuenta la ocasión en la cual, Rogelio, casi le corta la lengua a un chino “supermercadista” por no poner el acento donde, según él, corresponde.

Aunque era habitué de la de Villa Urquiza, él tenía cuenta corriente en todas las Farolas, y esto se debía a que nunca sabía en qué barrio podía llegar a estar y Farolas hay en todos los barrios, asimismo, gozaba de descuentos especiales en La Santa María de Chacarita, en el Imperio de Villa Crespo y en La Paz y en La Monumental del centro y, en El Cuartito de Talcahuano y Marcelo T. De Alvear hay una foto de Rogelio el día que ganó el campeonato mundial de comer pìzza, al ingerir 358 porciones de 39 variedades de pizza distintas en tan sólo 2 horas y 14 minutos.

Decía que las parrillas eran para los taxistas y remiseros, de esta manera conseguía convencerse a sí mismo de que nunca le sería infiel a la pizza.

La vida, hace tiempo que no tiene demasiado sentido para Rogelio. Pasa que con el modernismo se instaló el delivery y con esto, llegó el momento en que nuestro amigo, no volvió a salir de su casa. Se acuarteló en su sillón con el teléfono al lado y frente al televisor. Pronto se hizo amigo de todos los repartidores que, veloces, cruzaban la ciudad para llevarle sus pedidos.

Pero con lo moderno llegó lo sedentario. Rogelio pasó los últimos cuatro o cinco años de su vida sentado en su sillón, comiendo pizza de delivery y haciendo zapping con el control remoto frente al televisor. Fue tanto tiempo el que estuvo con el control en la mano que el pulgar derecho se le agarrotó tanto que en una emergencia médica tuvieron que amputárselo.

A Rogelio el mundo se le vino abajo cuando pasó lo mismo con su mano izquierda. Según dijeron los especialistas, esto se debió a una malformación ósea de nacimiento y a la falta de calcio.

Hoy Rogelio consume sus días con una mujer que, por unos pesos al mes, le da de comer pizza en la boca. Él no puede agarrar las porciones y si hay algo que no va a hacer jamás, es comer pizza con cuchillo y tenedor.

Fernando A. Narvaez

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